Estambul, es uno de los sitios con más encanto que he visitado.
Es una ciudad que atrae, en la que puedes envolverte de sus olores, de su cultura, de su ambiente y cada una de sus peculiaridades a las que no solemos estar acostumbrados.
Fue en abril de 2009, cuando me propusieron coger un autobús desde Tesalónica durante toda una noche y despertar sin más en Estambul (eso sí sin hostal ni nada por el estilo): toda una aventura donde las haya.
Pues, puedo decir que Estambul es una simbiosis de dos ciudades en una porque en un principio me topé con una ciudad grandísima donde todo eran edificios altos, un vaivén de gente trajeada y por si fuera poco era el día nacional de Turquía y había un festín donde nadie sabía nada.
Nos pareció una odisea pero finalmente, logramos adentrarnos en el Estambul más turístico y más característico. Cuando me bajé del tranvía tuve un dèja-vu porque parecía que ya había estado allí en otra ocasión pero luego me dí cuenta que todo era una vana ilusión de mi recuerdo de mi adorada Granada.
Tras este periodo, mi acompañante y yo nos dispusimos a buscar un lugar donde hospedarnos los tres días que íbamos a pasar allí y fue tan fácil que a las 11 de la mañana ya teníamos hostal con vistas impresionantes a la Mezquita Azul y la Iglesia de Santa Sofía: nunca olvidaré esa imagen en mi mente.
Durante los tres días consecutivos, nos sumergimos en la cultura musulmana, degustamos los más variados sabores que por cierto me encantaron porque todo estaba picante pero también tuvimos la oportunidad de saborear sus dulces típicos en una mano y su té moruno en otra inmersos en un relajante baño turco.
No dudéis en visitar Estambul y nos os vayáis de allí sin dar un paseo en barco por el estrecho del Bósforo.
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